lunes, 19 de septiembre de 2016

Olimpiadas greatest hits

He vuelto.

Como los casos de corrupción a las portadas, como la programación decente a la televisión, como los fascículos absurdos a los quioscos:

¿Quién no quiere una Nancy vestida de Hanibal Laguna?, ¿eh?, ¿eh?

No actualizo desde julio, ¡dos meses! Creo que he batido mi propio record. Y hablando de records... hablemos de las Olimpiadas (qué manera de hilar las cosas, ¿eh?). Sí, ya sé que todos hemos olvidado nuestro interés por deportes minoritarios como el bádminton o deportes simplemente aburridos como la hípica. Pero, ahora que ha pasado un tiempo prudencial, podemos decir en voz alta que el peligro ha pasado. No sé vosotros, pero yo estaba convencida de que virus zika + Brasil + deportistas desatados en la Villa Olímpica = epidemia mundial. Ya veía un "guerra mundial Z" (zeta de zika, no de zombies) en esta época del año. Pero no ha sido así. Y podemos hablar del otro lado de las olimpiadas.

Me veo en la obligación de comenzar dándoos una mala noticia. Hubiera sido precioso que la nadadora china Cha Phu Zhon existiera. Pero no. Ella sólo es un meme producto de la imaginación y el photoshop de alguien que tuvo una buena idea:


Después de ver unas cuantas horas de deportes que sólo ves porque es verano y si sales de casa morirás de un golpe de calor, llegas a una conclusión: esta gente parece que no es humana, pero sí que son humanos. Humanos cachas. Humanos sacrificados. Humanos muy competitivos. Pero humanos.

Y por eso, después de ganar tu medalla, te relajas. Y te vas con tus colegas de equipo a celebrarlo. Y bebes. Y hace mucho que no bebes, porque tú eres un nadador olímpico y lo tuyo son las bebidas isotónicas. Y el alcohol te sienta fatal. Y la lías parda. Te cuelas en una fiesta. Meas en la calle. Rompes los baños de una gasolinera, te dicen que lo pagues, dices que tú no vas a pagar nada, que tú eres medallista y además ciudadano americano, y te vas. Llegas a la villa olímpica y, con toda la resaca, decides pactar una versión de lo sucedido con el resto de tus compañeros. Como estás en Brasil, decides tirar de tópicos y te inventas que te han atracado unos hombres vestidos de policía. Das por hecho que te van a creer a ti, que por algo eres medallista. Pero no. Hay testigos de todo lo que realmente hiciste. Y acabas perdiendo a tus sponsors. Quién iba a decir que las Olimpiadas están más cerca de Resacón en Las Vegas que de Carros de fuego...

No todos los deportistas celebran sus triunfos saliendo de farra. Los hay que quieren hacer justicia poética. Es el caso de Ruth Beitia, la atleta que ya se había retirado, que decide volver a competir y acaba logrando la medalla de oro. Ruth sabe que éste es el momento que va a recordar toda su vida. Sabe que la están grabando. Que sus palabras encabezarán la edición del telediario de ese día. Y quiere agradecer públicamente la ayuda de su entrenador... pero él no está. Se ha ido con el resto de acompañantes de Ruth a tomar cervezas:


01:30 "fui a decirle que le quería, y se había ido a tomar cervezas".

¿Y no es esto la vida? Es como Jennifer Lawrence cayéndose justo cuando va a recoger su Oscar. Como la novia que no sabe que su anillo de pedida está en el postre y se lo acaba comiendo. Como el concursante de Pasapalabra que falla la última letra. Los momentos que uno imagina con fanfarria y una banda sonora de John Williams acaban en bluf.

Dicen que el mundo se divide entre los que les gusta el Nesquick o el Cola Cao. Los que prefieren a los Beatles o a los Rolling. Café o Té. Y yo añado: aquellos que disfrutaban en su clase de gimnasia del colegio y los que hubiéramos preferido antes incluso una clase de matemáticas. Para los no deportistas, los esfuerzos de los olímpicos tienen mucho de misterio. Tú los miras desde el sofá de tu casa y no puedes evitar pensar: todo esto, total, ¿para qué?

Los grandes récords, los deportistas con fama y dinero, los que viven exclusivamente del deporte, son una minoría dentro de una masa de gente esforzada que se las apaña para trabajar y además entrenar. Todo para que el día clave sufras una lesión, el árbitro sea injusto o te toque el típico juez ruso que va a dar los diez puntos al equipo ruso. Mucho se les llena la boca a los comentaristas hablando del esfuerzo y muy poco hablan de ese elemento fundamental y escurridizo que es la suerte.

Por eso la historia de la gimnasta Carolina Rodríguez se merece una película. Una película de animación de Pixar. Rodríguez no es famosa, no protagoniza anuncios de Reebok, ni se ha llevado a casa una medalla olímpica... Ni falta que hace. Es una gimnasta veterana de estilo inconfundible, muy expresivo, acostumbrada a comunicarse con las manos porque sus padres son sordomudos. La descubre una entrenadora cuando tiene 7 años. Se hace olímpica, se va a un centro de alto rendimiento, participa en los juegos de Atenas... Lleva ya ocho años en el equipo nacional y deciden sustituirla por otra gimnasta. Carolina tiene 20 años y decide volver a su León natal. Allí su entrenadora de cuando era niña le dice que al menos se prepare para el campeonato nacional, para despedirse de la gimnasia de una forma más alegre. Lo hace tan bien que vuelven a llamarla de la selección, pero ella no quiere ir. No quiere separarse de su familia otra vez. Consigue ir a los juegos de Londres pese a una lesión y pese a entrenar por su cuenta. Queda decimocuarta. En los juegos de Río ya tiene 30 años y en un final que, ésta sí, se merece una música época de John Williams de fondo, logra el mejor puesto que ha conseguido nunca: séptima.

Y vosotros, ¿qué historia olímpica os ha llegado más a la patata?, ¿qué deporte es más aburrido de ver: la hípica o la vela?, ¿alguien colecciona los fascículos que salen en septiembre o son en realidad una tapadera de las editoriales para blanquear dinero?