martes, 31 de mayo de 2016

Los niños son dadá

Hay gente de la que no me fío. 

No me fío de la gente que lleva mocasines sin calcetines. Ni de los que prefieren el té al café, ni de los que dicen que no les gusta el queso. 

Tampoco me fío de aquellos que dicen que no les gustan los niños. A los recién nacidos les faltan unos meses de horno, eso es cierto. Y los adolescentes son, en general, insoportables. Pero en medio, entre que los bebés son capaces de sujetarse la cabeza por sí mismos y el día en que se hacen fans de Violetta, hay una fase maravillosa. Los niños descubren el mundo y, en el camino, dicen toda clase de tonterías. Lo que no entienden, se lo inventan.
Ya le hubiera gustado a Mihura escribir algo como esto:


No sé qué me gusta más, si ese quiebro clásico de todo estudiante de “me preguntas por los búhos, pero sé poco de los búhos, así que voy a hablar de las vacas” o el torrente de absurdos: “la vaca tiene seis lados”, “la cabeza sirve para que le salgan los cuernos y, además, porque la boca tiene que estar en algún lado” y no olvidemos que a la vaca “las patas le llegan hasta el suelo”, no como al resto de seres vivos, que las patas no les llegan hasta abajo y por eso van por ahí flotando.
Aparte del talento innato infantil para el absurdo, los niños tienen una gran capacidad para decir la verdad a lo loco, sin eufemismos y sin piedad. Que se lo pregunten a James Breakwell, blogger y padre de cuatro niñas, que comparte los greatest hits de sus criaturas en las redes sociales. Cosas como llamarle feo a la cara:

¿Por qué se maquilla mamá?
Para estar guapa.
Pero ella ya es guapa
Sí.
Papá, tú sí que deberías maquillarte.

¿Quién se comió las galletas?
Los ninjas.
No los vi.
Nadie los ve.
Tocado y hundido.



¿Qué pasa cuando mueres?
Vas al cielo.
No, que qué pasa cuando tú te mueres, ¿heredamos tus cosas?

Los niños son inventivos. Son descarados. Demasiado sinceros. Imaginativos. Y precisamente para sacar partido de esa época en la que la imaginación sustituye a la experiencia, el profesor César Bona (sí, el que estuvo seleccionado para ser elegido el mejor profesor del mundo) diseñó un ejercicio. Se trataba de elegir palabras que los niños no conocían y decirles que probaran a deducir cuál podía ser su significado. Así uno se entera de que “denigrante” es un emigrante que viene de Denia, que “fantoche” es una mezcla de fanta de naranja y ponche o que los filólogos se dedican a estudiar los filos de las cosas.

Cuando saltó la noticia de estas definiciones surrealistas hubo quien vio en ellas una muestra de lo mal que está el sistema educativo. Qué desastre, que los niños se piensan que los urólogos envasan uranio. No es así. No es que los niños sepan qué significan las palabras y las empleen de forma errónea. Una criatura de 10 años no usa conceptos como denigrante o flatulencia. Pero mediante este ejercicio ejercitan su capacidad de análisis, su imaginación, su capacidad deductiva. De forma natural, todos buscan en la raíz de la palabra su significado, algo muy útil, por ejemplo, cuando aprendes un idioma nuevo e improvisas palabras buscando así el vocabulario que todavía no te sabes. 

Viendo el ejercicio que Bona ideó para sus alumnos una se acuerda de “Juego de niños”, ese concurso que debería volver a la televisión (y, puestos a pedir, que vuelvan también “Redes” y “Confianza ciega”). Por si acaso sois gente jovencísima que nació después del 90 os digo dos cosas: la primera, que os odio; la segunda que la dinámica de “Juego de niños” consistía en averiguar, gracias a las pistas que unos niños daban, a qué concepto, país, personaje… se referían. Los niños, todo hay que decirlo, tendían a irse un poco por las ramas y, de paso, contaban que si su abuela se iba a morir porque “tenía una pupa en el culo”:


Y sí, ésa rubia oxigenada es Loles León.

Y vosotros, ¿de quién desconfiáis?, ¿de los que prefieren la Pepsi a la Coca Cola?, ¿de los que están morenos en invierno?, ¿queréis que vuelva “Juego de niños” o echáis más de menos “Cifras y letras” o "Confianza ciega"?

martes, 17 de mayo de 2016

Malos de película V: Griselda Blanco



¿Quién es esta mujer?
-       Una cantante de rancheras que siempre canta al amor y al dolor
-       La fundadora de una secta destructiva tope chunga.
-       La reina de la cocaína

Os presento a Griselda Blanco. Tuvo una vida digna de folletín. Hija de madre soltera, el padre se desentendió de madre e hija y acabaron viviendo en una barriada. Pobres como las ratas, la madre solía dar palizas día sí, día también, a su hija. La chavala, espabilada, se buscaba las castañas y a la tierna edad de 11 años roba carteras y lidera una pequeña banda con la que secuestra a un niño de una vecina urbanización rica y pide rescate por él. Lo retiene durante 15 días y es ella quien lo mata cuando no reciben el rescate esperado. Tras la última y brutal paliza que le propina su madre, Griselda se va a la ciudad y sobrevive prostituyéndose hasta que se casa con Carlos Trujillo. Tienen tres hijos y delinquen con robos, estafas… Trujillo muere de cirrosis y Griselda vuelve a casarse. Con Alberto Bravo, su segundo marido, se inicia en el negocio por excelencia en Colombia: la cocaína.

Pero Griselda y Alberto sólo son unos narcotraficantes más, así que, como los científicos en España, ellos deciden emigrar a otro país que les brinde más oportunidades. Se van a Estados Unidos, a Nueva York. Y empiezan a ganar dinero a espuertas. Griselda, empresaria emprendedora e innovadora, es quien empieza a usar mulas para introducir la coca en los USA. Pero la policía de Nueva York les hostiga, el matrimonio pasa por una crisis y Alberto Bravo se vuelve a Colombia. Decidida a aclarar la situación de su matrimonio/sociedad criminal, Griselda viaja a Medellín. Su  marido la recibe en un aparcamiento, rodeado de sus sicarios. Griselda también llega con sus matones. Empieza un tiroteo (así son las discusiones maritales entre narcotraficantes), Alberto muere y Griselda sobrevive. Vuelve a Estados Unidos pero a otra zona con menos competencia y menos policía. A una ciudad turística y soleada: Miami.
Y allí Griselda se convierte en la auténtica reina de la cocaína. La llaman “la madrina”.

Que conste que esta película NO es un biopic sobre Griselda Blanco.

Griselda arrebata el negocio de la cocaína a los cubanos afincados en Miami (¿os acordáis de “El precio del poder”, pues de esa época estamos hablando) y hace las cosas a su estilo. Si te retrasas en los pagos a la madrina, ella manda a sus sicarios a que te peguen una paliza. Si no pagas, te matan. Y su mejor sicario, su mano derecha, es Jorge Rivera, también conocido como Riverito o Rivi. Él sabe que cuando mandan matar a alguien también caen sus familiares y hasta los hijos. Incluso si son niños.

Griselda sigue confiando en el amor y se vuelve a casar con un tal Darío Sepúlveda. Tienen otro hijo. Y… ¿cómo creéis que le llamó?
-       Michael Corleone, en honor a su película favorita
-       George Washington, en honor al país que la convirtió en millonaria
-       Dólar, en honor a su cosa favorita

Aunque Griselda cree en el amor, el amor no cree en Griselda. Su relación con Darío empeora. Él quiere para Michael Corleone (así llamó a su hijo) una vida fuera de las drogas, mientras que la madrina quiere que su hijo herede su imperio, que para algo le ha bautizado como lo ha hecho. Sepúlveda decide entonces huir a Colombia y llevarse con él a su hijo. Mala idea. Griselda manda a sus matones que lo busquen y lo asesinen. Tercer marido muerto y segundo asesinado por ella. Griselda ya es conocida como la viuda negra. Pero la madrina sabe disimular, hasta acude a los funerales de las personas que ha mandado matar. Llora. Es una gran actriz. Ante su hijo jura que encontrará a quienes asesinaron a su padre. 

La policía de Miami, escasa en los años 70, luego ineficaz, después corrupta, por fin se limpia y organiza y empieza a cercar a Griselda y Rivi. Los detienen en 1985. Desde la cárcel la madrina continúa organizando su imperio. Compra a los funcionarios y espera paciente al día en que salga libre. Y mientras tanto… recibe cartas de un traficante de poca monta, Charles Cosby. Empiezan a llamarse a diario y, la primera vez que él va a visitarla, ella le mete la lengua hasta la campanilla. Él, pese a tener la edad de sus hijos mayores y un pésimo gusto en el vestir…

A él le gustaban las cadenas tochas de oro y los mocasines sin calcetines, a ella los coleteros gigantes. Estaban hechos el uno para el otro.
…será el último amor de Griselda y en quien ella confíe para ejecutar sus órdenes y ocuparse de la educación de Michael Corleone, un adolescente en esos años.

Griselda tiene sus breves e intensos encuentros amatorios con Charles al módico precio de 1.500 dólares, dinero que pagaba a los funcionarios porque les dejaran diez minutitos a solas en la zona de visitas. 

Pero estar en la cárcel tiene sus consecuencias. Tanto los competidores de Griselda (entre ellos Pablo Escobar) como la fiscalía buscan hundirla. Sus enemigos matan a sus dos hijos mayores y la fiscalía negocia con Rivi, con su testimonio creen que lograrán mandarla a la silla eléctrica. 
¿Se rindió la viuda negra? Para nada. ¿Qué plan creéis que ideó Griselda para salir de ésta?
-       Mandar matar a Rivi.
-       Huir de prisión a través de un túnel que le construían los propios funcionarios.
-       Mandar secuestrar a John John Kennedy y negociar así su liberación.

Sí, amigos, Griselda quería secuestrar al bello John John (¿a quién se le ocurrió llamar a su hijo Juan Juan?). Su absurdo plan se desbarata cuando Charles se asusta y negocia con la policía. Todos traicionan a la madrina.

Pero aquí no se acaba la historia de la viuda negra. El proceso de instrucción de su caso se ve manchado por varios escándalos. Rivi y Charles habían tenido relaciones sexuales con algunas miembros de la fiscalía y esto hizo que todo el proceso se pusiera bajo sospecha. Al final Griselda cumple su condena y vuelce a Colombia. Es el año 2004. Allí resiste doce años, escondiéndose de sus enemigos. Hasta que en 2012 dos motociclistas le pegan dos tiros. La madrina tenía 69 años, todo un récord para una profesión, la de capo del narcotráfico, con una media de vida muy corta. 

Si queréis saber más sobre Griselda, Rivi, Charles Cosby y el loco Miami de los 80, ved los documentales “Cocaine cowboys” de Netflix. Canela fina.

martes, 3 de mayo de 2016

Cómo pasé la noche en un calabozo en Florencia

¿He contado ya en este blog que he estado en Japón? ¿Sí? ¿En serio? ¿No queréis que os lo cuente otra vez? Vale, vale, no os pongáis así, no es necesario recurrir a la violencia...

Tampoco os creáis que para una vez que cogí un avión me dediqué a contarlo hasta el infinito y más allá. Que yo he viajado a más sitios. Sí, amigos, de la creadora de “yo he estado en Japón”, llega “yo he estado en Florencia”.

Fue a finales del año pasado, en pleno invierno y en plena temporada baja. Es lo que pasa cuando trabajas en televisión, que de la misma forma que te enteras de la cancelación de tu serie de un día para otro, te enteras de que tienes vacaciones de un día para otro. ¿A dónde me podía ir yo en diciembre? Y decidí escoger un sitio donde hubiera mucho interior bonito y con calefacción, esto es, donde hubiera muchos museos.

Dicen que allá por 1817 Stendhal hizo un viaje por Italia, por supuesto también estuvo en Florencia y, al salir de la Santa Croce le pasó esto:

"Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme".

Este sentir que te vas a desmayar, que te faltan las fuerzas, que están sobreestimulando con tanta belleza, pasó a denominarse “síndrome de Stendhal”.

En el siglo XXI es difícil sufrir un Stendhalazo. Nosotros ya estamos sobreexpuestos a imágenes durante todo el día. En la época de Stendhal no existía el cine ni la fotografía, sólo las clases altas viajaban y no tanto como ahora. Eran más impresionables que nosotros. Así que, pasada la impresión de ver a tanto hombre musculado, de rasgos perfectos y hechuras mitológicas, caes en la cuenta de un pequeño detalle. Un pequeñísimo detalle.

 ¿Os habéis fijado en el pequeñísimo detalle?

¿Los historiadores del arte han estudiado porqué es todo tan espléndido en estas estatuas… menos el pene, que es un micropene? Que no digo yo que tenga que ser tan magnificente como todo lo demás, porque ya haría la escultura vulgar pero… una longitud normal, no de acabar de salir de una ducha helada.

Si tuviera que escribir una historia del arte para dummies, después del capítulo dedicado al micropenes de los dioses y héroes de la mitología, iría uno dedicado a los niños Jesús viejóvenes.

La foto de estos niños Jesús del inframundo para una campaña de condones. Lo veo.

Igual os pensáis que tengo la sensibilidad de una patata cocida y que no he sabido apreciar la la delicadeza, la exquisitez de un porrón de siglos de historia del arte con mayúsculas.

Pero para nada.

Si yo soy una persona súper sensible. Y cuando paseaba por la plaza de la Santa Croce casi sufrí un Stendhalazo. En Italia, supongo que por las alertas antiterroristas, es habitual ver a militares, con sus metralletas, su uniforme caqui y sus 4x4, vigilando el patrimonio artístico italiano. Y entonces los vi. A los auténticos monumentos. A ellos:


A Stendhal su síndrome le hizo tambalearse y estar a punto de desmayarse, a mí me provocó un ataque de sinvergonzonería. Me planté delante de los bellos militares y les hice fotos. Se acercaron a mí de inmediato y yo pensé (insisto, sería cosa del síndrome de Stendhal) que me iban a pedir il número de telefonino per andare dopio a tomare un capuccino. Pero no. Me hablaron muy alto y muy rápido y una cosa os digo, el italiano deja de parecer un idioma gracioso y cantarín cuando lo dicen tres militares con metralletas en la mano. Yo me intenté explicar, “foto a ti, perche tu sei troppo bello”. Pero no se lo creyeron. O los militares eran unos muchachos muy modestos o esa excusa la habían usado antes algunos terroristas yihadistas. El caso es que me llevaron al comisariato. Y el comisariato no es una cafetería cuqui donde tener una primera cita adorable, qué va, el comisariato es la comisaría y acabé pasando la notte en prigione, es decir, en el calabozo.

Y vosotros, ¿habéis sentido un Stendhalazo alguna vez?, ¿tenéis alguna explicación para el misterio de los micropenes? Y, sobre todo, ¿habéis pasado la noche en algún calabozo?