martes, 23 de julio de 2013

Vidas al límite


Que el cine está en crisis es algo que, como la crisis en sí misma, de tanto comentarse ya cansa. Al final saldremos de la crisis, sí, pero no será ni por el gobierno, ni por un cambio en el ciclo económico, ni porque Angela Merkel se muera. Saldremos por puro aburrimiento. Por no tener que seguir hablando de lo mismo año tras año.

Pero que el cine está en crisis no sólo se nota en la repetición constante en plan mantra por parte de toda la industria, también se nota en la cartelera. Ese domingo por la tarde en el que tienes el antojo de ir al cine. Sí, quieres gastarte tus 9 euros porque, oye, bien mirado, 9 euros también es lo que cuesta un cóctel de ginebra premium en cualquier bar. Además, julio en Madrid sin aire acondicionado es lo que tiene. Estás dispuesta a lo que sea por volver a sentir fresco. Pocas cosas más gustosas que ponerse una chaqueta de punto fino en el cine porque el aire acondicionado está a tope.

Madrid Río o cómo refrescarse y de paso pillar hongos.

Así que te vas a Martín de los Heros porque eres así de moderna (que no hipster, los hipster van a la cineteca de Matadero y a los ciclos de la casa encendida) y echas un vistazo a la cartelera. Empiezas por el Alphaville (digo, el Golem, maldita manía de cambiar el nombre a los sitios, ¡el teatro Calderón es el teatro Calderón, no el Haagen Dazs!), pero entre una hilarante comedia francesa sobre una tipa que cocina para el presidente y una sobre un supuesto pederasta... como que no. Vas al Renoir y allí el panorama es todavía más deprimente. Ni una comedia. Ni siquiera una comedia islandesa. La oferta varía entre un drama sobre los niños soldado en África y varias películas hechas en países que no sabes ni colocar en el mapa.

Llamadme frívola, pero yo veo el cartel de "Érase una vez en Anatolia" y no me entran unas ganas locas de comprar la entrada. Más bien me entran ganas de irme a mi casa a verme un capítulo de Breaking Bad. Pero como todavía no está lista la última temporada hay que conformarse con esas películas empeñadas en hacernos aprender geografía: "La pesca del salmón en Yemen", "días de pesca en Patagonia". Amigos cineastas, puestos a elegir un deporte como fondo para vuestra película, ¿no encontrasteis alguno menos aburrido que la pesca?


Pero además de los títulos que nos retrotraen a segundo de BUP, cuando aprendíamos todos  los países del mundo y sus capitales, existen otros títulos que también expulsan al público de las salas. Es el caso de las películas que se llaman como un libro de meditación de tapas blandas. Ahí están "Primavera, verano, otoño, invierno y... primavera", "amor bajo el espino blanco", "el viento que agita la cebada"...


Y luego están aquellas que no suelen proyectarse en los cines de Martín de los Heros ni en los circuitos de versión original. Ahí el nivel suele ser superior, al menos sabes que si una película acaba en "...como puedas" o en "... de pelotas" es una comedia descerebrada. Pero en los cines de los centros comerciales también encontramos títulos que dan más pereza que los conciertos de Radio 3 en la 2 a las tantas de la mañana. Son aquellos títulos más propios de una tv movie de mediodía: "360, juego de destinos", "efectos secundarios"... Como ya dije en este post, creo que los traductores de las distribuidoras quieren mandarnos un mensaje subliminal mediante los títulos de las películas, quieren decirnos: a ésta no vayas. Da igual que "360, juego de destinos" sea de Fernando Meirelles y "efectos secundarios" de Steven Soderberg, no tuvieron su día y punto.

Con lo fácil que sería llamar a todas las películas igual: “Vidas al límite”, por ejemplo, que podría ser el título de cualquier película. Cualquiera. Menos quizá de esas pelis que parece que tratan de ver crecer la hierba, o más bien, de ver cómo se mece al viento en el caso de “el viento que agita la cebada”.

Y vosotros, ¿cuál es el título de película que más pereza os ha dado, ése que os ha hecho no ir al cine?

martes, 16 de julio de 2013

Inventores locos


-->
Necesitamos hacer ciertos preparativos. Alojaremos la cabeza del profesor en la habitación contigua al laboratorio... Solo temporalmente, por supuesto. Mañana traerán aquí dos cadáveres frescos y prepararemos con ellos un buen par de cabezas parlantes para presentarlas en sociedad. Ya va siendo hora de sacar a la luz nuestro descubrimiento.

Qué sería de la ciencia ficción sin inventores con ideas locas.

Tenemos al doctor Marcel, empeñado en solucionar el hambre en el mundo mediante la ingeniosa idea de hacer más pequeña a la gente:

"Muñecos infernales" de Tod Browning, no sólo tenía a gente minúscula y a un inventor loco. También había delincuentes fugados de la cárcel, venganza y hombre travestidos de ancianas. La risión.

Al doctor Moreau, empeñado en mezclar a gente con animales, a ver qué sale.

O al doctor Frank N. Furter, que es como el doctor Frankenstein, pero en travesti, y obsesionado con crear a un maromazo.

Sí, la ciencia ficción no sería nada sin inventores locos. Y a la lista hay que añadir dos decubrimientos, los doctores Dowell y Kern. Kern, ambicioso y sin escrúpulos, es discípulo del bondadoso y sabio Dowell y ambos investigan (cómo no) sobre cómo insuflar vida a los muertos. Cuando Dowell enferma y muere por un ataque de asma, Kern tiene una idea propia del inventor loco que es, ¡revivir la cabeza del profesor Dowell! Así comprueba si sus experimentos funcionan en humanos y, de paso, se queda él solo con la fama y el prestigio de sus avances. Kern encierra a la desdichada cabeza del profesor Dowell en el típico laboratorio secreto y la usa para que le eche un mano (figuradamente) en sus investigaciones. Por el camino, también revive las cabezas de Thomas, un chico de campo que morirá de pena por haber perdido su cuerpo lozano, y de Briquet, una cabaretera. 

Kern intentará darles una nueva vida a sus cabezas y le conseguirá un cuerpo de veinteañera a la presumida Briquet, que está encantada. Briquet aprovecha que vuelve a tener piernas y se escapa del laboratorio, conoce al antiguo pretendiente de la dueña de su cuerpo, y él inicia un coqueteo con ella para averiguar qué es lo que realmente le sucedió a su amiga, ahora desaparecida, reconociendo en los gestos, los andares y las formas de Briquet a su antiguo amor platónico. Mientras tanto, Briquet se enamora de él:

Le sonrió tan dulcemente que él no pudo sino responder de igual forma. Y esta vez lo hizo pensando únicamente en ella, ya que la sonrisa se había originado en la cabeza. Sin darse cuenta, Briquet iba haciendo progresos.

Si queréis saber más sobre "La cabeza del profesor Dowell", os lo compráis, que está en todas las librería. Su autor, Aleksandr R. Beliáiev es considerado el Julio Verne ruso. En la edición de "La cabeza del profesor Dowell" se incluye otra novelita corta, sobre las consecuencias un hipotético cambio en la velocidad de la luz. La percepción de los objetos en movimiento cambia y los personajes ven cómo se mueven las cosas cinco minutos después de que lo hagan realmente.

Beliáiev tuvo una vida desdichada. Pasó gran parte de su niñez y adolescencia postrado en la cama, por culpa de una lesión en la columna vertebral. Se refugió en historias que lo llevaban lejos, muy lejos de su cama, máquinas del tiempo, submarinos, extraterrestres... H.G. Wells o Julio Verne eran sus autores preferidos. Era cuestión de tiempo que se dedicara profesionalmente a la escritura, pero antes hizo algunas cosillas más. Fue periodista, escenógrafo, bibliotecario, policía y hasta director de un orfanato antes de dedicarse únicamente a escribir. Fue prolífico y popular, pero llegó la guerra y, durante el sitio de Leningrado, murió de hambre. Su mujer y su hija fueron deportadas a Polonia. Tuvo una vida desdichada, muy alejada de las fantasías de ciencia ficción que escribía.

Y no se puede dedicar un post a la ciencia ficción sin hablar de la reciente muerte de todo un clásico: Richard Matheson. El autor de "El increíble hombre menguante", "Soy leyenda" y de muchos capítulos de "La dimensión desconocida", como "Nightmare at 20.000 feet", dirigida por Richard Donner. Una historia divertida y naif, sí, pero que como toda la buena ciencia ficción también trata de un tema complejo. Porque eso es lo que hace la ciencia ficción, valerse del entretenimiento y la imaginación para hacernos pensar, casi sin que nos demos cuenta. "Nightmare at 20.000 feet" habla de la locura porque, ¿qué es la locura sino saber que sólo tú estás cuerdo? Eso le pasa a un jovencísimo William Shatner cuando se da cuenta de que él es el único que ve al hombrecillo que está manipulando el ala del avión en el que viaja:


¡Cómo! ¿Que no sabéis quién es Richard Matheson? Pues echad un vistazo a este relato corto, copiado y pegado en la red gracias al blog Papel Desgarrado. 

Y vosotros, ¿cuál es vuestra historia preferida de Matheson?, ¿tenéis alguna recomendación de ciencia ficción de la buena, es decir, loca, imaginativa, divertida?

martes, 9 de julio de 2013

Mi gran boda ibicenca

Tengo una idea para una comedia romántica. Es un "Mi gran boda griega" meets "La boda de mi mejor amigo" meets "Corazón, corazón". Se llamará "Mi gran boda ibicenca" y podría protagonizarla Kate Hudson o Reese Whiterspoon o Sandra Bullock y, por supuesto, la pondrían los domingos por la noche en TVE.

Lo tiene todo para que cualquiera de estas actrices firmara y, detrás de ella, alguien tipo Matthew MacConaghey: glamour, playas, gente vestida de blanco, romance, cursilería...:


...y además está basada en hechos reales. Porque "mi gran boda ibicenca" se basa en la boda real, en Ibiza, de Adriana Abascal.

¡Cómo! ¿Que no sabéis quién es Adriana Abascal? Pues la maestra de todas esas aprendices de señoras de, la que va de multimillonario en multimillonario, de portada en portada y de evento en evento. Ella. Para los perezosos incapaces de hacer clic en el "ella" y así averiguar tooooda la larga historia amorosa de Adriana, deciros que fue Señorita México allá por los 80 (de hecho está más guapa que en su época de Miss, debido al bótox de ahora y a las permanentes de entonces), novia del anciano dueño de Televisa, que tuvo el detalle de morirse rápido y dejarle un buen pellizco y luego mujer del presidente de Telefónica y, después de eso, alegre divorciada.

Digna protagonista de una alta comedia.

Pero las comedias románticas de ahora son demasiado vulgares para Adriana. Demasiado working class. Ella necesitaría una comedia como las de antes. Con lujo, mayordomos, enredos y muchos vestidos de alta costura.

El germen de este blockbuster está en el último número del Hola. Porque, como ya sabéis los lectores habituales de este blog, el Hola es la mejor revista de humor en castellano que existe. Ni el Jueves, ni el Mundo Today, ni la Gaceta. El Hola. Y su último número está lleno de alta comedia sofisticada. Ahí tenemos a Adriana,  diciendo que "no recuerda haber vivido un amor como el que está viviendo" y que su marido no es multimillonario, sino súper atractivo.  Con eso quiere decir que cuando estuvo con el abuelete de Televisa y el Pedro Picapiedra de Telefónica lo hizo por lo que hizo. Por el sentido del humor de sus parejas, ¿por qué si no?

Además de amor verdadero, "Mi gran boda ibicenca" también tiene actores secundarios de lujo. El Rupert Everett de esta comedia romántica, el que da ese toque gay mundano es Boris Izaguirre:

Aquí Boris jugando a ser Miguel Bosé sin ser él nada de eso.

Por cierto que os diré que me regalaron aquel libro de Boris que ganó el Planeta y puedo asegurar que es el PEOR libro que he leído en toda mi vida de primate. Trama de culebrón, escrito con el léxico de una señora que de 50 años que lleva un diario personal.

Pero volvamos a "mi gran boda ibicenca". Entre los invitados de Adriana hay modelos, aristócratas y mucho rico desconocido, de esos que salen en las páginas centrales en blanco y negro del Hola. Es decir, ricos de verdad, porque no hay como el anonimato para poder defraudar a Hacienda en condiciones.

 Y luego está ella:

Que a Nati Abascal eso de ir discreta pues mira oye, como que no. Unos piedrolos. Una falda con una buena abertura. Una corona de flores. Unos estampados. Porque a ella los estampados le chiflan. Unas transparencias. Llevaba de todo, menos un sujetador.

En su adaptación cinematográfica Nati Abascal será interpretada, o por Jane Fonda o por Joan Collins.

Mientras mi agente negocia la venta de este blockbuster al agente de Julia Roberts, os comento que el último Hola tenía muchas más perlas. Nos deja grandes enigmas, como ¿qué le da de comer Guti a su bebé para que esté tan hermoso?

¿Potitos de torrija?

¿A dónde mira Marina Castaño en esta foto?

Marina, mira al fotógrafo, ¡al fotógrafo!

¿Quién dijo que todas las novias son guapas?

Nota mental: no aprovechar las puntillas de las cortinas para usarlas como tocado.

Si tenéis respuesta para alguno de estos enigmas, contádmelo.

Además, el día 10 (mañana, sin ir más lejos) se proyecta "Lo último que hago para el Notodo" en el festival Sierra Norte de Sevilla. Espero sinceramente que la proyección sea por la noche o en un sitio con aire acondicionado.

martes, 2 de julio de 2013

Cómprate una tele para ver Master Chef

Este post va dedicado para una amiga, J., que es tan moderna que ha ido a clases de costura. Es tan moderna que va a los sitios en bici. Tan moderna que se ha atrevido a teñirse de rubio platino, a cortarse el pelo a lo garçon y hasta a llevarlo largo y de su tono natural. Es tan, pero tan hipster, que no tiene televisor.

Para ella, pobrecita mía, va esta guía sobre el reality de moda: Master Chef.
¿Y por qué mola Master Chef?

1. Porque es blanco sin ser ñoño.
Es un programa para todo el mundo. El sueño de todo programador de televisión desde que Médico de Familia reunía a toda la ídem frente al televisor. Y sin necesidad de ñoñadas. Y sin Emilio Aragón. Ni Lidia Bosch. Ni la hija adolescente aquella que crecía 30 centímetros de un capítulo a otro.

2. Porque ver cocinar mola
Y los que hemos visto Canal Cocina subyugados sin importarnos que prepararan entresijos, tripas de cordero o pezones de Venus, lo sabemos bien.

3. Porque se aprende.
Croquembuche. Ñoquis esferificados. Solomillo Wellington. Volcán de chocolate. Leche de tigre. Reducir. Emplatar. Napar.
¿Que no sabéis lo que es? Pues haber visto el programa.

 ¿Bolitas de mozzarella?, ¿pezones de Venus? No, son ñoquis esferificados.



4. Porque hay un casting estupendo

Quién quiere casarse con mi hijo no sería nada sin un fabuloso casting de freaks (y sin un montaje creativo, que ríete tú de Eisenstein). Todo reality necesita que sus protagonistas tengan carácter, esto es así. En Master Chef tenemos a:

La cordobesa abandonada. Eva, cocinera y simpatiquísima, sonríe hasta cuando cuenta que su novio la dejó una semana antes de entrar en el programa. Que resulta que el tío llevaba con ella 6 años y 4 con otra y al final (el muchacho debía ser indeciso) se decidió por la otra. Y lo cuenta partida de risa mientras cocina una lasaña con salsa de mango que se te saltan las lágrimas.

Bizcochito aka Fabián, pipiolín de 18 años y experto repostero. Redicho como todo niño superdotado, tuvo el valor de llamar a uno de sus platos "Primavera en Japón", pero se lo perdonamos porque dijo que era un honor haber cocinado para Rafael Álvarez el Brujo, el "David Guetta" de su generación.

El discreto que acabará ganando. Un perfil típico de reality es ése que, a la chita callando, acaba llevándose el premio. Y aquí probablemente sea Juan Manuel, camarero de Almería que cocina que te mueres y que tiene la personalidad de un ficus. Yo, como guionista y amante del conflicto y de la justicia poética, quiero que gane Eva.

José David, el trepa.  ¿Quién no ha cogido manía a ese típico alumno que levanta la mano en clase para decir que él se sabe la respuesta? Pues ése es José David. Venía un chef y José David tenía su libro de recetas. Hablaban de una técnica culinaria digna de ingeniero aeroespacial y José David la conocía. A unos trozos de tomate los José David los llama pétalos de tomate. Era ese concursante al que amas odiar pero al que compadeces cuando echan.

El cuñado gracioso. Cerezo, un tío bruto que seguro anima las Nochebuenas familiares con chistes malos al estilo Arguiñano. Chulo, encantado de haberse conocido, pero también ingenioso, capaz de soltar grandes verdades de la vida cuando le nominan: "como diría OBK, ¿de qué  me sirve llorar?".

Los Depeche Mode españoles.

La señora que no se calla ni bajo el agua. Ésa es Maribel, la experta en cocinar alcachofas de 3.000 maneras diferentes y que si no dijo unas 37 veces por programa que era de Benicarló, no lo dijo ni una. De timbre de voz agudo e insoportable, podías imaginártela en su casa (en Benicarló) echando la bronca a sus hijos y a su marido mientras cocinaba un arroz con alcachofas. Sus ataques de risa histérica a mitad de plato y su ataque de nervios ante el reto del ñoqui esférico fueron míticos.

El chef de voz chenchual. Jordi Cruz, miembro del jurado, y que podría dedicarse al doblaje si Hacienda le cierra los restaurantes.
Jordi Cruz te recita su carta al oído y caes en sus brazos.

Pepe Rodríguez, el chef con pinta de charcutero. Nada sofisticado, devoraba los platos de los concursantes a cucharetones y se contuvo más de una vez de lamer los platos. Mantenía un coqueteo surrealista con Maribel, su debilidad, a la que dedicó una despedida über adorable, al decirle que si no fuera por las amas de casa como ella, nadie se dedicaría profesionalmente a la cocina.

La amante de los trajes de Torretta. Samantha Vallejo Nájera era la jurado menos natural, la que más ha tardado en encontrar su sitio en el programa. Seca pero sin la mala baba y la personalidad que hacen falta para ser un jurado de los que imponen. Eso sí, en el programa lució toda una colección de modelitos divinos.

Y por el camino se quedaron otros muchos concursantes como Efrén, el hombre que todas queremos adoptar, dulce y blandito como el perrito Tristón; Clara, la cocinera que tenía conquistado a Jordi Cruz, que seguro está esperando a que acabe el concurso para invitarla a salir o José Luis, el funcionario entrañable al que se le saltaban las lágrimas cuando le expulsaron.

Esta noche se acaba Master Chef y nuestras noches de los martes estarán vacías. Habrá que llenarlas de ñoquis esferificados. Y vosotros, ¿habéis visto Master Chef?