viernes, 17 de junio de 2011

Cómo me convertí en Elena Ochoa Foster

El post que van a leer a continuación no está basado en hechos reales. Los nombres y lugares que en él aparecen pueden parecer reales, pero para nada.

Notemuerdaslasuñas, notemuerdaslasuñas. Al final me las acabo mordiendo un poco. Saben fatal, a laca de uñas. Me han hecho la manicura y hasta la pedicura. Lo que haga falta por el "Hola". Toda la vida he querido salir en las páginas iniciales del “Hola” enseñando mi casa y hoy, por fin, vienen el redactor y el fotógrafo a que les enseñe el triplex con vistas al Retiro donde Antonio, los gemelos y mis 19 gatos vivimos.

- ¿Nati Abascal no viene?- les pregunto.
- No- dice el redactor- ella se encarga de lo que sale en portada.
- Los “reportajes excepcionales”- apunto yo.
- Eso mismo- dice el reportero.
Ya sé que suena un poco frívolo que la esposa (en realidad no estamos casados porque somos así de hippies, vivimos en un triplex, pero vamos de hippies) de un escritor tan prestigioso como Antonio Orejudo esté tonta perdida porque va a enseñar su casa al “Hola”, pero es que ya tengo mucha intelectualidad en mi día a día. A nosotros nunca nos invitan a los eventos divertidos: las inauguraciones de discotecas son sólo para ex grandes hermanos, tronistas o para Kiko Rivera, las bodas de postín para aristócratas y pijos rancios de toda la vida y los desfiles de moda para it girls y actrices de menos de 30 años. A nosotros sólo nos invitan a charlas, premios literarios, como mucho a algún curso de verano. Una vez nos invitaron a los toros, y mira no, yo por ahí no paso, ni aunque toree Cayetano y nos toque el clan Ostos de vecinos de asiento.

Lo más divertido que hacemos es cuando preparamos el brunch el día antes de la feria del libro. El primer año hicimos un desayuno pero viene más gente, sobre todo escritores, si se puede beber alcohol. Debido a la cantidad de escritores que han dejado el whisky y se han pasado al vodka por el Bloody Mary que servimos en el brunch, Stolichnaya decidió patrocinarnos el evento. Ponemos un photocall en la entrada de la casa y listo. Sólo en nuestro brunch podrás ver a Juan Manuel de Prada, Lucía Etxebarría y Ray Loriga hablando amigablemente. Según el número de Bloody Maries que lleven encima es posible que hasta se estén diciendo lo mucho que se quieren.

El reportero me dice que me recline en la “chaise longue” del salón:
- ¿Cómo conociste al que dicen será el próximo premio Nobel español?
- En la feria del libro, fui a que me firmara tres libros. En aquella época no era tan famoso como hoy, figúrate que Sánchez Dragó estaba en la caseta contigua y había cola de gente esperando. Pero para Antonio no. El pobre estaba aburrido como una ostra y le di conversación un rato...


-Le conté que tenía un doble en mi barrio, que era el que se ocupaba de la comisión de arte y cultura en la Asamblea del 15-M...


Me ahorro contar al "Hola" que llegué a hacer una foto al doble de Antonio, sólo para comprobar si era él o no, y me llevé una reprimenda del chico de rastas de la comisión de respeto, por no pedir permiso al hacer la foto.


-... a mí la verdad es que me extrañaba que Antonio tardara tanto en firmar los libros. Luego cuando llegué a casa vi que había puesto su teléfono, su móvil y su cuenta de Twitter en todas las dedicatorias.
- Qué romántico. Si te parece, hagamos ahora algunas fotos con los ventanales y las vistas al Retiro de fondo.
El fotógrafo cuchichea algo al oído del reportero.
- Pero antes haremos más fotos aquí.
- He salido con los ojos cerrados, ¿a que sí?
El fotógrafo no dice nada y sonríe. He salido con los ojos cerrados, fijo.
- Conmigo podéis usar photoshop, ¿eh?- aclaro.
- Siempre usamos photoshop- dice el fotógrafo, indignado.
Mierda. El fotógrafo se ha chinao conmigo y en vez de hacerme un Sartorius, que es como se hace un photoshop bien hecho, me acabará haciendo un Duquesa de Alba.
Después de 55 minutos de hacer fotos en la misma chaise longue, el reportero y el fotógrafo chinao me dicen que vayamos al ventanal, que mire hacia el Retiro con actitud soñadora y coja con una mano la cortina de terciopelo mientras apoyo la otra en mi mentón. Lo veo todo muy Genoveva Casanova. Eso es buena señal.


El periodista me pregunta por mi relación con el mundo de la intelectualidad que rodea a Antonio. Miento como una cosaca y digo que es todo fantástico, que me siento una más y que cada día aprendo algo nuevo de todos los que componen la nueva narrativa española.


No voy a decirles a los del “Hola” que mi mayor aportación a los escritores amantes del vodka es haberles descubierto “Mad men”, “Dexter” y “Breaking bad”. Ni voy a contarles que veo “Vuélveme loca” a escondidas en la tele de la cocina y que si Antonio oye algo le digo que estoy viendo “Página 2”. Tampoco les voy a contar mi táctica para no ir a conciertos de flamenco, de jazz o de Bob Dylan, le pongo ojitos de cordero degollado a Antonio y le digo que yo siempre he pensado que “Fabulosas narraciones por historias” da mil vueltas a “Los detectives salvajes”. Ésa es mi arma secreta infalible y no quiero que aparezca en una revista de tirada nacional. Prefiero hacerme la intelectual, como Elena Ochoa Foster, pero sin editorial propia y sin marido vestido de payaso Micolor.


El reportero me pregunta que cuál es mi sitio preferido de la casa. A punto estoy de decir que el sofá, que es blandito y está en frente de la tele, pero creo que Lady Foster nunca diría una cosa así, y respondo esto:
- La biblioteca, sin lugar a dudas, la biblioteca.
Creo que voy a ser la primera en enseñar una casa con libros en el “Hola”, en general las casas que exhiben tienen letra impresa sólo en las revistas de decoración o de yates. Pero nosotros tenemos libros hasta en pilas sobre el suelo, que es una cosa que queda divina en las fotos, muy rollo neoyorquino. Además tenemos baldas repletas de libros que ocupan toda la pared, y eso da un aire muy erudito. Poso frente a ellas, y hago como que ojeo un libro de Paul Auster. Detesto a Paul Auster, pero eso al “Hola” no le importa.
A los del “Hola” no se lo voy a decir, pero yo he intentado imitar a Elena Ochoa cada vez que hemos tenido que ir a algún sitio con fotógrafos. Vale, no tenemos avión, ni su graciosa majestad nos ha hecho Lord y Lady, ni sabemos una mierda de arte contemporáneo, pero eso la gente no tiene porqué saberlo. En las fotos hay que parecer trendy a la par que intelectual. Yo esto lo tengo asumidísimo y cada vez que puedo me planto unas gafas de sol negras, pero negras de verdad, pulseras que parecen esculturas de Chillida y trajes de chaqueta de persona seria. A Antonio, no sé porqué, no acaba de convencerle el look morado nazareno de Norman Foster:

La sesión acaba conmigo (literal y figuradamente) con un vestido de noche, metiendo tripa como Anita Obregón en sus posados veraniegos y posando en medio de la cocina. El periodista lanza su última pregunta:
- ¿Qué libros recomendarías a quien no conozca la obra de Antonio Orejudo?
Esta la contesto sin pensar, y también sin respirar: “Ventajas de viajar en tren” y “un momento de descanso”. Ahí digo la verdad, verdad de la buena.
Un mes después sale la revista. En una foto salgo con los ojos rojos. ¡Mierda!

jueves, 9 de junio de 2011

El subtexto

Como hago cada tres o cuatro años, esta semana he ido al dentista. Ya sé que recomiendan revisión anual, pero los dentistas son los nuevos mecánicos, siempre te encuentran algo defectuoso o, si no, te dicen que hay que hacer limpieza bucal. Y yo tengo las encías sensibles. La última vez que me hicieron una limpieza sufrí tanto que a punto estuve de revelar el paradero de todos los miembros de la Resistencia.

Pero este no es un post asqueroso sobre sangre, sufrimiento y aparatos médicos que parecen sacados de una peli de Cronenberg.
¿Los títulos de crédito de "Inseparables"? No, el instrumental típico de cualquier consulta de dentista.

Dejemos a un lado la salita con esa silla-potro de tortura y quedémonos en la habitación anterior: la sala de espera. El dentista me hizo ir a verle tres veces: revisión, limpieza y dos empastes, y de ahí he salido con los dientes divinos y puesta al día en cuanto a revistas femeninas se refiere. En la sala de espera las tenían todas: Vogue, Glamour, Telva, Marie Claire, Cosmopolitan, hasta Casa y Jardín. Ya sé que si quiero, puedo tener el cuerpo de Halle Berry, que hay que comprarse potingues desde los 20, para ir previniendo, que leyendo una revista puedes convertirte en una fiera en la cama, y que también hay tiempo para pensar en el hambre en África.
Menudo batiburrillo.

Mensajes del tipo de “hay que quererse a una misma” chocan con los artículos sobre dietas, cremas reductoras, antiedad, anticelulíticas, antiacné e incluso sobre cirugía estética, más la típica entrevista con modelo/actriz/it girl, que asegura estar divina porque come de todo, bebe mucha agua y es feliz. Conclusión: quiérete a ti misma, pero no tal y como eres, si no con unos kilos menos, sin piel de naranja, con el pelo más brillante y mejor maquillada.
Otro mensaje que se repite es una especie de loa al ser femenino, a la independencia, a la fortaleza, a la sensibilidad. Somos más responsables, más prudentes al volante, más organizadas, dicen. Pero luego aconsejan cómo ligar en la cola de un supermercado o cómo hacer posturas que serían un 10 en una competición de gimnasia, para sorprender a tu pareja y que no se aburra y te deje por otra más elástica. Conclusión: ser independiente no está mal del todo, pero es mucho mejor tener al lado a un hombre, y además guapo y rico.
Tratando de evitar que la revista sea una excusa de 150 páginas para vender moda y productos cosméticos esparcen por en medio algún artículo de fondo, como un especial en la India con alguna hija de algún aristócrata haciéndose fotos con niños de color marrón. Conclusión: ayudar a los pobres, si es una vez al año y en un viaje pagado, no es mal plan del todo.


En las revistas femeninas lo importante no es lo que dicen, porque está claro que se contradicen. Lo importante está por debajo. Es el subtexto.
Veamos un ejemplo práctico. Aquí una hermanísima, Vega Royo-Villanova (hermana de Carla Royo-Villanova, casada con un príncipe búlgaro) se va de compras con Marta Robles, la introducción metepatas de Carlos García Calvo es memorable. Y el blog de Vega, "Daisy Vega", también tiene su punto.

Me encanta el minuto 04:00 del video: “Allá donde esté, disfruto, sé estar en todos los lados. Estuve en la India con la madre Teresa de Calcuta (¿con Teresa de Calcula o con las monjas de su orden?, Teresa de Calcuta murió en el 97, ¿fue allí de cooperante a los 1o años?) Dos semanas durmiendo en la más absoluta miseria, pero luego al mes estoy en los desfiles de París en primera fila pero sabes, que puedo estar en cualquier lado y hay que saber estar en todos lados”.
Subtexto: cómo mola irse a la India a ayudar un poco, para sentirte buena persona, eso sí, sabiendo que luego volverás a tu casa en Serrano y a tu ropa de Tommy Hilfiger.
¿Y qué es el subtexto? A mí me lo enseñó un profesor de la ECAM, Manolo Matji. Un señor que imponía tanto que unos compañeros de un par de cursos antes lo llamaban “el gran tiburón blanco”. En mi clase al principio le llamábamos Coronel Kurtz, pero luego nos pudo el chiste y acabaron triunfando los motes Manolo Matrix y Matji te quiere ayudar. Manolo Matrix nos enseñó que en un guión para ser sutiles, no hay que dialogarlo y explicitarlo todo, es mejor que el mensaje sea subyacente, que esté por debajo.
Y eso hacen las revistas femeninas. Por encima: glamour, trucos para estar delgada, entrevistas con gente interesante, portadas con mujeres perfectas, pequeñas dosis de ecologismo y ayuda al tercer mundo, algún que otro reportaje “de fondo” sobre cómo hacer una buena entrevista de trabajo y ropa, mucha ropa. Por debajo, apelan a nuestros más bajos instintos. Sobre todo a la envidia y el autoengaño. Envidia, porque qué guarra Giselle Bundchen, que tiene un marido cañón, un niño monísimo, está rebuena, es millonaria y aún encima es ecologista y hasta parece maja. Autoengaño porque en el fondo piensas que podrías tener el físico de una super modelo si usas la ropa, los cosméticos y las cremas que, quizá ellas no usen, pero sí publicitan.
En sus libros "las consolaciones de la filosofía", "cómo ser feliz con Proust" y unos cuantos más, Alain de Botton analiza cómo la publicidad y el mercado entero usa nuestras debilidades, nuestras necesidades más básicas para que compremos:

El auténtico objetivo de las revistas es ser rentable. Que mucha gente lea la revista y así muchas marcas quieran anunciarse, para que las marcas, a su vez, vendan sus productos a esa misma gente que compra la revista. No habría negocio si compraras sólo una vez la revista y sólo una vez el producto. Si no eres constante en la aplicación de la crema anticelulítica, la celulitis volverá. Si no te compras el nuevo número de Glamour no sabrás cuáles son las últimas tendencias. Y si no haces todo esto nunca te acercarás a ser como Giselle Bundchen.
Y vosotros, vosotras, ¿compráis revistas de las llamadas femeninas?, ¿las masculinas tipo FHM caen en las mismas contradicciones?, ¿alguna crema anti celulítica funciona de verdad?